1º de mayo. Día internacional de la clase obrera (1886 - 2023)
Miguel Ángel Cuña-CasasbellasEste 1º de mayo de 2023, al igual que se viene haciendo desde hace más de 120 años, se celebrarán cientos o miles de manifestaciones en numerosas ciudades de todo el mundo, entre ellas en Pontevedra. Sin embargo, son muchas las personas que desconocen con una cierta precisión la historia y razón de ser de este Día Internacional de la Clase Obrera, por más que el conocimiento cabal de esa historia pudiera iluminar y ofrecer enseñanzas precisas respecto de la movilización necesaria frente a los problemas sociales, laborales y económicos que aún hoy padecen los trabajadores y, con ellos, la sociedad entera.
En el opúsculo “El crimen de Chicago”, escrito en 1889, el destacado anarquista vigués y estudiante en el Instituto de Pontevedra (hoy, Valle Inclán), Ricardo Mella, narra la dramática secuencia de acontecimientos que desembocaron en los sucesos de mayo de 1886 en la ciudad norteamericana de Chicago, que fundamentan de la celebración internacional del 1º de Mayo.
En 1884, La Federación de los Trabajadores de EEUU y Canadá, integrantes de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), convocó una huelga general por la Jornada universal máxima de 8 horas de trabajo, para el 1º de mayo de 1886, debiendo comenzar al unísono en el mayor número de ciudades y centros industriales.
Los responsables de la convocatoria consideraban que aquella Huelga general sería -y en ello acertaron plenamente- el medio más extraordinario y eficaz de aunar las fuerzas obreras a lo largo de dos años, preparándolas para combatir a sus poderosos enemigos de la gran clase capitalista industrial y financiera, quienes les imponían jornadas de trabajo extenuantes de 10, 12 y aún 14 horas diarias, con salarios de miseria y ritmos de trabajado insufribles.
La huelga fue todo un éxito en multitud de lugares, en ambos países. Al amparo de la huelga se celebran, además, manifestaciones y mitines que, en muchos casos, fueron atacados o disueltos ‘legalmente’ por la policía, auxiliada por agentes de seguridad privados, ‘por la fuerza y violencia impunes’-, ambos al servicio de las grandes patronales capitalistas. Tal sucedió en Chicago
En el segundo día de huelga, 2 de Mayo de 1886, llegan noticias a los trabajadores de Chicago que en la fábrica próxima de McCormick estaban reclutando esquiroles, que deberían reventar el paro. Los huelguistas decidieron entonces acudir al día siguiente a la fábrica, ofrecer un mitin a las puertas de la factoría y oponerse a los esquiroles, protegidos por la policía y los Agentes de la empresa de Seguridad privada, Pinkerton, lanzándoles insultos. A los insultos, piedras y muro humano de los huelguistas, los gendarmes y los matones de Pinkerton, respondieron disparando sobre la multitud, con el resultado de seis obreros asesinados y un número indeterminado de heridos.
Ante estos hechos, los líderes obreros que habían firmado la convocatoria de huelga y protagonizado la lucha por la jornada de 8 horas, conocidos militantes anarquistas, convocaron entonces un mitin de protesta, que debería celebrarse al día siguiente, en el parque público de Haymarket.
Finalizando el acto, ya en la anochecida de una tarde lluviosa, la policía sin ninguna excusa empezó a hostilizar a los últimos rezagados que seguían el mitin. De pronto una bomba casera de origen desconocido -¡todas las sospechas, posteriormente confirmadas, recaerán sobre la propia policía de Chicago!- mata a un policía y deja multitud de heridos. Entonces, los escuadrones de la policía –procediendo a un ataque minuciosamente preparado de antemano- provocó una nueva matanza con decenas de muertos y centenares de heridos. A la descarga sobre la multitud, siguió una cacería, en la que muchas personas, tratando de huir despavoridos, perecieron o quedaron malheridas en las calles de Chicago e, incluso rematados o detenidos, en los lugares de refugio y atención, incluso en sus propios hogares.
En esa misma noche y al día siguiente, todos los cinco oradores anarquistas del mitin de Haymarket, excepto Albert Parsons que no pudo ser localizado, fueron detenidos y encarcelados, los periódicos obreros y anarquistas que ellos dirigían, fueron clausurados y rotas sus máquinas. Al tiempo se prohibió la realización de todo tipo de mítines, asambleas o reuniones de grupos obreros. Pese a todo, la huelga continuó y, finalmente, la Jornada de 8 horas máximo se fue imponiendo en todo el país, sin que la locura asesina pudiese imponerse a la razón, la justicia y el coraje.
A estos hechos siguió un juicio farsa contra los oradores anarquistas que habían participado en el mitin (aunque no estuvieran presentes, cuando sucedieron los hechos) y principales redactores o directores de los principales periódicos obreros, que terminó con seis condenas a muerte, cinco de ellas ejecutadas el 11 de noviembre en la horca de la penitenciaría y otra suicidada, aplicadas a los líderes obreros, es decir, a los oradores en el mitin de Haymarket -– August Spies, Miguel Schwab, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, George Engel y Louis Lingg– cuando era evidente que ninguna responsabilidad podían tener en el lanzamiento de aquella misteriosa bomba, pues estaban en la tribuna.
Resultó evidente para todos que las condenas a muerte y prisión de los anarquistas, no lo se produjeron por considerarlos culpables de la muerte de los policías o los hechos acaecidos en Haymarket. La verdad es que se les condenó, tanto por sus ideas –todos ellos se declararon anarquistas- como por su defensa de la clase obrera, la eficacia de su movilización en pro de la jornada de ocho horas y, sobre todo, por estar todos y cada uno de ellos de que la emancipación, libertad y dignidad de los trabajadores era incompatible con el régimen capitalista y el Estado que le servía. Incluso los autoridades políticas, policiales y judiciales responsables del crimen no tuvieron reparo alguno en reconocer que aquellos a los que iban a asesinar, ‘podían ser inocentes de lo que se les acusaba’, pero ‘no lo eran de las ideas de transformación social que defendían con tal valor y coraje, aún a costa de sus vidas’-
De hecho, cuando años más tarde, se revisó el juicio, tanto los ejecutados como los presos serán considerados inocentes de todos los cargos, sin que, por supuesto, esta decisión les devolviese la vida ni aliviase el sufrimiento pasado y sin que, por supuesto, ninguna de los responsables de aquél crimen –policías, jueces, fiscales, testigos falsos, gobernadores, periodistas que clamaban sangre, etc- fuera ni siquiera molestado.
Tres años después de estos hechos, el Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores, celebrado en París en 1889 (el mismo año de la publicación del libro de Ricardo Mella), cuya Resolución decía: Cada 1º de Mayo se organizará una gran manifestación internacional con fecha fija de manera que en todos los países y ciudades a la vez el mismo día convenido los trabajadores intimen a los poderes públicos a reducir legalmente a ocho horas la jornada de trabajo y a aplicar las otras resoluciones del Congreso Internacional de París”.
Desde aquella fecha, se viene celebrando cientos de 1º de Mayo en todo el mundo, aunque, quizá, en demasiados lugares, resulte ya más un día de ritual que de verdadera confrontación, por más que la realidad local, regional y mundial resulte bien cruel y amarga para más de tres mil millones de personas que sobreviven en la miseria y bajo una explotación inmisericorde y todos suframos un hondo malestar, que apenas tiene expresión social o reivindicativa.
Miguel Ángel Cuña
Miguel Cuña-Casasbellas
Colaborador
Miguel, naceu en Vigo en setembro de 1946. Dedica 8 horas ao día á Fundación Cuña-Casasbellas, creada por el e pola súa nai en 2005, un ano despois da morte do seu irmán Jorge.
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