En nuestro entorno occidental, en la Edad Media, imbuido del todo el sistema social por la religión y el descomunal freno que impuso la Santa Inquisición al avance racional y científico hasta la llegada del Renacimiento, se creía que muchos trastornos mentales/conductuales los causaba el Diablo, que había poseído al individuo ; creencia y prejuicios  que  -en parte-  llegaron hasta nuestros días, en que afecciones como  -por ejemplo- el  síndrome de la Tourette,  dieron lugar a un importante incremento de los exorcismos : tema sobre el que se filmó la conocida película “El exorcista” . Exorcismos que  -dicho sea de paso-  le vienen “de perillas” a la Iglesia para extender y apuntalar la creencia en la existencia del Diablo y, por tanto, el miedo a la condena eterna que  -a su vez-  fomenta una conducta más sumisa a los dogmas y preceptos eclesiásticos (ver artículo 15 exorcistas frente al mal).

      Poco a poco, con el desarrollo de la metodología científica y las nuevas disciplinas de estudio a partir del Renacimiento (anatomía, fisiología, histología, etc.), se fue implantando otra concepción respecto a los trastornos mentales/conductuales : ahora, tenían que ver con determinadas alteraciones neurofisiológicas y, por tanto, había que diseñar procedimientos (básicamente, farmacológicos)  que restauraran, en la media de lo posible, dichas disfunciones : fue así como a cada uno de los diferentes síntomas y síndromes se les asignó un nombre (“etiqueta”), en función de la cual, consecuentemente, se asignaba a su vez la prescripción de un fármaco o otra técnica supuestamente terapéutica.  Es así como se fue desarrollando una taxonomía psicopatológica (una paradigmática, fue la del psiquiatra Emil Kraepelin). De esta manera, cuando el especialista (generalmente, un médico-psiquiatra) exploraba a alguien con algún trastorno mental/conductual, sólo tenía que mirar el “diccionario”/manual clasificatorio, identificar “qué” padecía el “enfermo” y prescribirle el tratamiento , que podía incluir técnicas y métodos muy duros y poco o nada contrastados, como  -por ejemplo-  la terapia electroconvulsiva.

Pasando el tiempo, la investigación científica fue diseñando tratamientos mucho más eficaces que cambiaron radicalmente las cosas: el descubrimiento de mecanismos neurofisiológicos detallados a nivel histológico que subyacen a las alteraciones mentales/conductuales, dio como resultado  el diseño de “antídotos” muy eficaces contra las psicosis (la psicosis, es la “locura” por antonomasia, dados los síntomas desconectadores de la realidad, tales como alucinaciones, delirios, etc.). Tales “antídotos” (fármacos antipsicóticos) constituyeron  una revolución sin precedentes, que permitió  -entre otras cosas-  la desinstitucionalización masiva de los enfermos. A su vez, fruto de tales investigaciones, los nuevos ansiolíticos, antidepresivos, etc., cambiaron igualmente el panorama terapéutico y formarían también parte de este importantísimo hito.

     Paralelamente al nuevo conocimiento de los fundamentos biológicos de los trastornos mentales/conductuales, los nuevos estudios psicológicos y  -especialmente-  psicosociológicos (véase, como botón de muestra, “Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad”, de Bandura & Walters), fueron reafirmando progresivamente una nueva concepción, superadora de la biologicista: la perspectiva psicosocial. Es decir, que  -excepto los síntomas con etiología estrictamente endógena-  los trastornos mentales/conductuales se originan, mantienen o incrementan en el trascurso del permanente feedback que existe entre el individuo y su entorno.

Hasta no hace mucho  -como decíamos-  la concepción biologicista ha sido la que ha primado (entre otras razones, por la actitud “patrimonializadora”, por no decir “capitalizadora” del estamento médico), guiándose en el psicodiagnóstico por criterios de manuales internacionales elaborados al efecto, tales como  el DSM, el CIE y otros. Sin embargo, pioneros tales como los creadores de la llamada “Antipsiquiatría”, abrieron  -en los pasados años setenta-  el camino a un movimiento internacional muy importante y cada vez mayor que aboga por el definitivo abandono del modelo   -etiquetador, “cosificador”-   biomédico y abordar la psicopatología desde la nueva y acertada perspectiva psicosocial a la que antes nos referíamos. Un modelo que ya intuyeron autores filósofos como Ortega y Gasset, con su conocida y certera afirmación de que “yo soy yo y mi circunstancia”.

Luis Palomo Molano

Luis Palomo Molano

Breve semblanza.
Luis Palomo Molano. Nací en Plasencia (Cáceres), estudié Psicología en la Universidad Autónoma de Madrid y me especialicé en Psicología Clínica en la E. de Psicología y Psicotecnia de la Universidad Complutense de Madrid.
Muy interesado en la temática psicosocial -dada la estrecha relación entre lo individual y lo social- y las desigualdades, realicé un Máster de Gerencia de Servicios Sociales en la Universidad de Extremadura de dos cursos académicos, además de otra variada formación en el mismo ámbito.
Mi actividad laboral ha sido diversa : deficiencia mental en INSERSO (hoy, competencias ya transferidas a las comunidades autónomas) ; marginación social, en CÁRITAS, ALDEAS INFANTILES SOS (en la Aldea del barrio tinerfeño de El Tablero), etc. ; dirección de programas formativos y laborales de Atención Sociosanitaria a personas dependientes en el ámbito privado e institucional, Inadaptación de Menores, etc. ; Psicología Clínica, etc. Mi principal ámbito laboral, ha sido el de los Servicios Sociales, particularmente en programas de Familia e Infancia y en Dependencia.
Durante un tiempo, colaboré con los diarios regionales “Hoy” y “Extremadura”, como articulista sobre temas básicamente profesionales, referidos -en general- a la Comunidad Autónoma Extremeña.
Luis. 11/10/2022

El norte de Extremadura

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